Desde los albores de la humanidad, la danza ha servido para
agradecer, celebrar y honrar la vida y la maravilla de experimentar los ritmos
que la rigen, así como para pedir por lo que es necesario para continuar viviendo.
Para nosotros, el bailar sigue siendo una expresión de sentimientos, una fuente
de placer y una manera de disfrutar el tener un cuerpo capaz de desplazarse y
coordinarse al compás de algún ritmo que nos alegre o nos emocione. Pero en la
búsqueda de nuestra propia danza, podemos acceder a aquello que está escondido
en lo más profundo de nuestro ser y que está almacenado en nuestro único
instrumento con el que vivir, que es nuestro cuerpo. Y el cuerpo entendido como
una totallidad que alberga nuestra consciencia, nuestra mente y nuestros
sentimientos.
Tal y como dice Hilda Wengrower, “bailar tiene un aspecto
catártico de liberación y alivio, y por sí solo es positivo, pero no es
suficiente para curar. En danzaterapia queremos conocer las razones que nos
llevan a necesitar una catarsis, vamos un poco más lejos.
“Los danzaterapeutas establecen con su paciente lo que denominan
un diálogo kinestésico, y son capaces de diagnosticarlo observando su
contracción muscular, respiración, ritmo, postura y forma de moverse… Las
emociones son siempre corporales”, dice Wengrower.
La danzaterapia trae
consigo la posibilidad de escucharnos y reconocernos en tanto entidad total, es
decir, un cuerpo que siente, se mueve y reconoce aquello que le ocurre como
parte de su vivencia. Nuestra experiencia en este mundo ocurre a través del
cuerpo, de los sentidos y de la química de las emociones -aquello que nos
provoca lo que percibimos y experimentamos. Danzar es un momento de estar y ser
completo, donde se unen la libertad de experimentar sin juicios lo que nos
ocurre, y el disfrute de podernos mover al compás de lo que sentimos y
necesitamos. Se trata de tomarnos un momento para escucharnos y darle un lugar
a aquello que necesita ser expresado sin juicios ni restricciones. Una
oportunidad para que se manifiesten todos los aspectos de nuestro ser físico,
psíquico y emocional.
Una de las pioneras de este arte de la curación por medio de la
danza, Trudi Schoop, recalcaba también el aspecto espiritual y trascendental
del danzar. Lo relacionaba sí con lo personal, con el propio ritmo y la
expresión personal, pero reconocía que en cada danza se encerraba también la
danza eterna, en cada danza, todas las danzas danzadas y por danzar. El
movimiento nos conecta con lo atemporal, nos inserta en el tiempo / no tiempo
que nos conecta, a su vez, con lo etéreo, lo efímero, con el presente. Esa
conexión fundamental entre lo que Jung llamaría el Sí mismo o la Totalidad y el
Ego (o sí mismo, con ‘s’ minúscula), nos ayuda a encontrar nuestro lugar y
propósito en el Universo. La danza es un vehículo para dicha conexión, ya que
posibilita que surja el lenguaje simbólico del cuerpo y le comunique valiosa
información a nuestra consciencia, a nuestro yo que observa, maravillado,
cuando se permite el “ser movido” por fuerzas que emergen de esa fuente
universal y eterna, esa totalidad del Ser. Como lo expresó otra pionera
danzaterapeuta, Mary Whitehouse, no es lo mismo moverse desde la voluntad que
permitirse ser movido por eso que surge inevitable, irrepetible, autétnico. Y
es allí donde comenzamos a indagar en nuestra propia existencia, a conocernos
más y a poco a poco, aprender a aceptarnos y a integrar todos los complejos
aspectos que componen el ser.
Comparto la visión y las palabras de Diana Fischman, maestra danza
movimiento terapeuta, quien postula que:
“La danzaterapia propone conocernos como seres de la naturaleza,
participantes conscientes o inconscientes de los ritmos biológicos, del ritual
social, comunitario, de la danza cósmica. Reencontrar el espíritu holístico,
perdido con la modernidad, que en su afán de pura objetividad y búsqueda de
certezas, separó la mente del cuerpo, lo natural de lo cultural, lo individual
de lo social, lo racional y lo emocional, lo subjetivo de lo objetivo, hasta el
punto de generar una oposición en la que sólo un aspecto de la polaridad tenía
sentido, mientras que el otro era segregado, desconocido, postergado.
“En un camino que pretende juntar lo separado, reintegrar la
polaridad escondida, las danzaterapeutas intentan llenar de sentido los
movimientos mecánicos del cuerpo concebido como máquina. Buscan reencontrarse
con el cuerpo sensible, que conoce y recuerda. El cuerpo en movimiento. El
cuerpo que danza la vida.
“La Danzaterapia nos posibilita conectarnos con nuestra memoria
corporal, desbloqueando los afectos retenidos, congelados que fueron reprimidos,
dándoles una nueva oportunidad creativa de ser, descubrir nuevas perspectivas y
espacios, a la vez que de integrarse al resto de nuestra personalidad para
disponer de ellos, de su energía para nuestra vida cotidiana co-creándonos en
el devenir de un contexto participativo.”
Se trata, pues, de una invitación a conocerse a sí mismo a través
del cuerpo, su información y su lenguaje y de la posibilidad de dejar que
exprese lo que las palabras a menudo no pueden, donde se permite la ambigüedad,
el no saber, lo primordial, y lo sublime. Invitaremos a la palabra, sí, a que
acompañe, pero no rija ni restrinja nuestra necesidad expresiva, psíquica y
emocional. No hace falta tener experiencia previa en danza para participar de
las sesiones de Danza Movimiento Terapia. Todos podemos (y debemos, por nuestro
bien) bailar y encontrarle el sentido al movimiento, encontrar nuestra propia
danza.
Carla, me encanta tu blog! Me gusta lo que has escrito...reflexiones sentidas y profundas. Un amoroso abrazo para ti!
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